El ambiente nuestro de cada día

El día del ambiente nos invita a reflexionar sobre lo que nos rodea, sobre el entorno que consideramos seguro y que aparentemente siempre nos proveerá de lo que necesitamos. Así como todos los días sale el sol, saldrá agua potable de la canilla, habrá verduras frescas en el mercado y podremos dar un apretón de manos o un abrazo a nuestros seres queridos. Sin embargo, el cambio climático y ahora la pandemia de COVID-19 nos indican que los supuestos en que se basa nuestra normalidad tambalean.

El cambio climático fue tal vez la primera crisis global que nos confrontó con los límites. Al tratarse de un problema global y de trayectorias impredecibles ya no hay una isla prístina a ser descubierta y donde comenzar de cero. Los eventos climáticos extremos, como las sequías y las inundaciones aumentan en frecuencia, duración e intensidad. Y gracias al internet nos enteramos prácticamente en tiempo real de sus devastadoras consecuencias en cualquier rincón del planeta.
La necesidad de aumentar la producción de alimentos, pero también de todo lo que nos brinda confort y seguridad, exige cada vez más territorio, más energía, más materias primas. “Transformamos nuestro planeta en una planta productora de alimentos fibra y combustible y esto marca un camino de nuevos riesgos que pueden definir nuestro futuro”.

El constante avance de la actividad antrópica, como la agricultura, la urbanización, el turismo convirtió sistemas biodiversos en plantaciones altamente productivas, fraccionó ecosistemas reduciendo espacios vitales de especies y conectó espacios que antes no lo estaban. Nuestro planeta se convierte a pasos gigantes en un “sistema simplificado, intensificado e hiperconectado”. La contracara de la deseada conexión global es que cualquier problema local puede rápidamente extenderse y convertirse en una crisis global.

La pandemia de COVID-19 empezó como problema local. Probablemente el disparador haya sido la transmisión al ser humano de enfermedades endémicas en especies silvestres. Posiblemente esto haya sucedido por el comercio de dichas especies y por la destrucción de los hábitats debido al avance de la frontera agrícola y de la urbanización en la lejana China. Los niveles altos de conectividad permiten el movimiento de personas, bienes, servicios e información. Y con ellas viajan los efectos no deseados entre los que se encuentran las enfermedades. No olvidemos que no se trata de un fenómeno nuevo. La conquista de América trajo enfermedades al continente que diezmaron y en algunos lados extinguieron la población local.

En este mundo globalizado la conectividad constituye la condición indispensable para la economía global. El combustible son el comercio, el turismo, el tráfico de especies altamente productivas y la difusión de nuevas tecnologías. Sin embargo, fue a través de estos intercambios que el virus llegó rápidamente a todos los rincones del mundo. La crisis local se convirtió en global y obligó a los estados a tomar medidas extremas para mitigar sus impactos. Las consecuencias sociales y económicas de la pandemia serán largas. Nada será como antes, dicen muchos observadores. Pero más allá de la salvadora vacuna o de cambios en los hábitos en las formas de viajar, trabajar e incluso de relacionarse, persiste el riesgo, casi la certeza, de nuevas crisis. Y estas afectarán nuevamente en forma severa la salud global, el comercio, la economía y también los sistemas políticos. No olvidemos que la crisis provoca miedo y aumenta la disposición de los ciudadanos de aceptar medidas del gobierno en detrimento de sus libertades de movimiento y expresión.

La irrupción del COVID-19 demostró que la reacción frente a fenómenos inesperados puede mitigar sus consecuencias a corto plazo, pero no va a evitar nuevas crisis a largo plazo. Estamos viviendo una transición que nos llevará por caminos y alternativas nuevas que probablemente también transformen definitivamente nuestro futuro una vez concluida la pandemia.

Hace solamente seis meses la palabra pandemia no era demasiado frecuente en las noticias. Fue en ese momento que la revista Nature publica una selección de artículos que reflejan «el pasado, el presente y el futuro de la naturaleza». Uno de estos trabajos fue elaborado por un equipo del Stockholm Resilience Centre. En dicho documento los autores hacen recomendaciones respecto al financiamiento de actividades sostenibles, la trazabilidad en las políticas gubernamentales y al fortalecimiento de la cooperación entre la ciencia y los emprendimientos.

A la luz del COVID-19 estas recomendaciones adquieren inusitada relevancia. Los investigadores advierten que el éxito de estas estrategias requerirá un cambio profundo en las visiones del mundo. La evolución hacia un sistema sostenible de producción global exigirá cambios en los valores, los sistemas educativos y las conductas humanas en los que se basan los actuales paradigmas económicos, las relaciones de poder y los patrones de consumo. El cambio hacia la sostenibilidad dependerá de la participación y compromiso de todos.

Aprovechemos este Día del Ambiente para reflexionar sobre esto.

Referencias y lecturas recomendadas:

Norström, A. y Nyström, M. (2020). Why Covid-19 and systemic risks are part of the hyper-connected world we live in

Desde la reacción a la anticipación: manejo adaptativo y ciclos de aprendizaje