Día Mundial de la Alimentación: una oportunidad para comprender la interconexión entre la salud humana y la planetaria

Cada 16 de octubre se celebra el Día Mundial de la Alimentación, el cual fue establecido por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), como forma de conmemorar su fundación en el año 1945. Como sucede con este tipo de días representativos, buscan actuar como llamadores de atención, recordatorios, y a su vez, ofrecer una oportunidad para abrir debates y reflexiones sobre diversos aspectos que le conciernen a toda la humanidad en este caso, la comida.

Por Silvana Juri

El tema elegido para este 2019 gira en torno al lema: “Dietas saludables para un mundo con hambre cero”, el cual se enmarca en la “Década de Acción sobre Nutrición” impulsada por la ONU durante el período 2016-2025. Este gran llamado a la acción global para abordar temáticas relacionadas a la alimentación se encuentra también alineado con la amplia Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, dentro de la cual, directa e indirectamente, existen varias líneas de acción definidas que tocan a la comida de una forma u otra.

El mensaje clave de este año gira en torno a la idea de que es posible acabar con el hambre y todas las formas de malnutrición que existen hoy en día, si es que se establecen objetivos y se adoptan esfuerzos, colaboraciones y compromisos claros desde todos los sectores.

El énfasis sobre estos temas llega en un momento particular, coincidiendo con una aceptación y comprensión generalizada de que la salud de las personas y la del planeta no se encuentran hoy cursando las trayectorias que hubiéramos deseado. Como lo han demostrado una amplia lista de informes que han salido a la luz en los últimos meses*, nos hemos dado cuenta de que a pesar de que la ciencia y la tecnología, y, por tanto, el conocimiento en general, han mostrado un enorme progreso prometiendo brindar conocimiento y soluciones que podrían ayudarnos a salir de algunos de nuestros problemas actuales, ciertamente no lo hemos conseguido. A pesar de que es innegable que se han realizado varias mejoras en distintos frentes, estamos aún lejos de erradicar algunas de los problemas persistentes que creímos habríamos resuelto a este punto.

Como indica el último informe sobre el estado mundial de la seguridad alimentaria y la nutrición, a pesar de que la mayoría de la población mundial ahora es urbana, y que los avances de la tecnología han permitido a la humanidad habitar un mundo más interconectado, este “progreso” no necesariamente ha derivado en crecimiento equitativo y resultados positivos para toda la población mundial -y aun menos, si consideramos el estado de los sistemas naturales que sustentan la vida. Hoy, más de 820 millones de personas en el mundo tienen hambre y este hecho probablemente tendrá repercusiones negativas para las generaciones futuras y sus sistemas económicos, sociales y naturales.

Estamos habitando el Antropoceno, una era caracterizada por el impacto que los humanos han efectuado sobre procesos planetarios que sostienen la vida en la Tierra haciendo posible el desarrollo de las sociedades humanas. La magnitud de estos impactos está superando los límites planetarios generando un estado de considerable incertidumbre sobre la posibilidad de sostener la vida de nuestra especie. La amplia seria de informes publicados este año también han llamado nuestra atención a la comprensión de las sinergias que existen dentro de nuestros sistemas alimentarios mundiales y en relación con otros fenómenos como el cambio climático y la obesidad, por ejemplo, sucediendo en un contexto de pérdida global de biodiversidad, inestabilidad en los sistemas naturales del planeta, y junto a una variedad de disturbios sociales y económicos.

El Informe de la Comisión Lancet sobre “La Sindemia Global de Obesidad, Desnutrición y Cambio Climático” (2019) ha ayudado a enfatizar la persistencia de una epidemia mundial de obesidad, que actualmente afecta a 1 de cada 9 personas en el mundo. Entender la obesidad como una epidemia sinérgica -o sindemia- implica visualizar la presencia de dos o más enfermedades persistentes que interactúan y se afectan negativamente entre sí. Al mismo tiempo, llama nuestra atención sobre las interacciones recíprocas y los circuitos de retroalimentación que no hacen más que reforzar esta negatividad. En el caso de la obesidad, implica entender qué sucede al pensar en cómo lograr que las personas presenten un peso corporal saludable y sostenible, dentro de un ecosistema que permita la supervivencia saludable en nuestro planeta (Kleinert y Horton, 2019). En definitiva, estamos hablando del problema perverso que representa la obesidad para nosotros hoy, no solo como un problema persistente y aparentemente interminable, sino que afectando y siendo afectado por a una inmensa variedad de áreas (producción, mercadeo, consumo, etc.), tensiones (políticas, mercados globales, multinacionales) y actores (productores, consumidores, tomadores de decisión, etc.).

Como sucede con este tipo de problemas, nos obliga a mirar más allá de nuestros enfoques habituales que suelen buscar comprenderlos y “dominarlos” al tratar de establecer límites artificiales. A menudo, estos límites vienen influenciados por nuestras propias incapacidades (profesionales, personales o institucionales) para vislumbrar y comprender la complejidad de todo el problema con sus múltiples facetas y personas afectadas. Estas limitaciones no hacen más que limitar la capacidad para sugerir soluciones o nuevas direcciones que sean apropiadas o preferibles para la mayoría. Este tipo de problema sinérgico requiere una comprensión y compromiso holístico, una mirada sistémica con la inclusión de todos los actores que afectados por él. Tal mirada nos empuja también a intentar analizar y comprender los modelos de negocio, los sistemas alimentarios, las estructuras y políticas de gobernanza local e internacional, junto con el papel que puede jugar la sociedad civil y otras organizaciones e instituciones involucradas. Lo que ha demostrado la sindemia de la obesidad es que la trayectoria actual del problema se está moviendo hacia configuraciones negativas, haciéndonos no solo a nosotros mismos, sino también a nuestras sociedades y al planeta entero más vulnerables. Esta vulnerabilidad se observa fácilmente a través de las vastas desigualdades que existen hoy en día a nivel mundial; especialmente en términos de acceso a la información, las herramientas y recursos necesarios para satisfacer nuestras necesidades más importantes y fundamentales.

Por estas razones, hemos llegado a la conclusión de que, para hablar sobre salud y bienestar, se requiere una comprensión más holística de las interrelaciones y la afectación mutua entre los sistemas ecológicos y humanos y, por lo tanto, la necesidad de comprender el bienestar humano como parte del concepto más amplio de “salud planetaria”. Este cambio de perspectiva representa un gran movimiento e intento de disolver nuestras heredadas visiones del mundo demasiado estructuradas, así como el pensamiento dualista que nos hace ver un mundo compartimentado y entendernos como separados del mundo natural. Aún más, la comprensión de que el tipo de conocimiento que se requiere para ayudarnos a alejarnos de estos intrincados problemas no va a poder surgir de una sola disciplina o ciencia. Para comprender realmente la naturaleza multifacética y compleja de cualquier problema real, es imprescindible la colaboración en todos los campos del conocimiento junto con la reintegración de otras sabidurías y voces que generalmente quedan excluidas de las conversaciones oficiales.

Como dice el informe de la FAO “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo” (2019), el hambre ahora se entiende no solo como desnutrición o insuficiencia de nutrientes o calorías, sino que también incluye diferentes grados de inseguridad alimentaria -alteraciones en la calidad y cantidad nutricional de un individuo. La inseguridad alimentaria en la actualidad se manifiesta y coexiste en distintos niveles en todo el mundo, desde graves, en los casos de personas que se quedan sin alimentos, experimentan hambre y/o pasan días sin comer, hasta moderadas, en los casos en que las personas enfrentan incertidumbre sobre su capacidad para obtener alimentos, lo que lleva, generalmente, a que se vean obligados a reducir la calidad y/o cantidad de alimentos que consumen por falta de dinero u otros recursos. Cuando se combinan el hambre y la inseguridad alimentaria, encontramos que “más de 2 mil millones de personas (> 26% de la población mundial) en todo el mundo no tienen acceso regular a alimentos seguros, nutritivos y suficientes”, un fenómeno que se observa no solo en países de ingresos bajos y medios, pero también en América del Norte y Europa (que representan el 8% de este total).

La malnutrición, que incluye deficiencias de vitaminas y minerales, retraso del crecimiento, adelgazamiento, sobrepeso y obesidad, afecta ahora a aproximadamente 1 de cada 3 personas en todo el mundo, lo que representa una tendencia en alza continua indica que no estamos en camino a lograr el objetivo de 2025 de no continuar aumentando su prevalencia, especialmente entre la población de jóvenes dado que las repercusiones de este fenómenos serán inconmensurables (como se ve en el “Atlas de obesidad infantil” de Lobstein y Brinsden, 2019).

En este sentido, es tiempo suficiente para asumir el desafío de abordar verdaderamente los problemas globales, perversos e interconectados que se esconden detrás de nuestros platos y dietas y comenzar a promulgar formas de transformar verdaderamente la forma en que producimos, procesamos, circulamos y comemos nuestros alimentos. Una de las direcciones clave será desarrollar una estrategia hacia una agricultura sensible a la nutrición, una que esté alineada e integrada en los sistemas más grandes de los que forma parte, respetando y gestionando tanto el capital natural como el social de una manera equitativa y verdaderamente enriquecedora, poniendo primero la calidad nutricional sobre la cantidad.

Para lograr esto, la colaboración es esencial cuando se intenta establecer nuevas políticas, directrices y programas que puedan abordar algunas de las mayores barreras para el cambio derivadas de las desigualdades económicas, una falta generalizada de acceso a las inversiones, fuentes de subsistencia decentes y justas, consumidores claros. información y entornos propicios para la salud, entre otros.

Por último, pero no menos importante, esto requiere un esfuerzo concertado entre todos los profesionales, académicos y tomadores de decisiones para abordar verdaderamente los problemas tal como existen en la realidad, complejos, desordenados, interconectados, esencialmente sin fronteras reales entre quién llega a permanecer dentro o fuera de la conversación. Después de todo, la comida es lo único que verdadera y literalmente nos conecta y nos une a todos.
Como parte de la discusión continua sobre los problemas y desafíos que existen dentro de nuestros sistemas alimentarios, el Instituto SARAS está trabajando en un ciclo de dos años que aborda el tema general de Alimentos y sostenibilidad como parte de la serie de conferencias públicas. Un grupo de actores transdisciplinarios se ha involucrado en el desarrollo de esta conversación y se reunirá el próximo diciembre de 2019 para diseñar un plan de acción para actividades más grandes que tendrán lugar en 2020.

Para obtener más información y ponerse en contacto con el equipo, visite Saboreando la sustentabilidad en Uruguay

* La salud planetaria se refiere a “la salud de la civilización humana y el estado de los sistemas naturales de los que depende”. Este concepto fue presentado en 2015 por la Comisión Rockefeller Foundation-Lancet sobre salud planetaria para transformar el campo de la salud pública, que tradicionalmente se ha centrado en la salud de las poblaciones humanas sin considerar los sistemas naturales.

Referencias
COMER. 2019. “Informe resumido de la Comisión EAT-Lancet. Dietas saludables de sistemas alimentarios sostenibles “. Fundación EAT. https://eatforum.org/content/uploads/2019/07/EAT-Lancet_Commission_Summary_Report.pdf
FAO, FIDA, UNICEF, PMA, OMS. 2019. “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo. Protección contra la desaceleración económica “. Https://doi.org/10.1109/JSTARS.2014.2300145.
FAO 2019. “Dietas saludables para un mundo con hambre cero”. Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. 1 de enero de 2019. http://www.fao.org/3/ca5268en/ca5268en.pdf.
Kleinert, Sabine y Richard Horton. 2019. “La obesidad necesita ser puesta en un contexto mucho más amplio”. The Lancet. Grupo Editorial Lancet. https://doi.org/10.1016/S0140-6736(18)33192-1.
Swinburn, Boyd A., Vivica I. Kraak, Steven Allender, Vincent J. Atkins, Phillip I. Baker, Jessica R. Bogard, Hannah Brinsden, et al. 2019. “La Sindemia Global de Obesidad, Desnutrición y Cambio Climático: Informe de la Comisión Lancet”. The Lancet 393 (10173): 791–846. https://doi.org/10.1016/S0140-6736(18)32822-8.
WOF 2019. “Atlas de la obesidad infantil”. Editado por Tim Lobstein y Hannah Brinsden. Federación Mundial de Obesidad. http://s3-eu-west-1.amazonaws.com/wof-files/11996_Childhood_Obesity_Atlas_Report_ART_V2.pdf.